Codina Escultura

CODINA ESCULTURA

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Dicen que el tiempo es como un juego donde puedes acudir a tus recuerdos y moldearlos a tu manera. Mucho tiempo ha pasado y de moldes va la cosa, eso seguro. Pero de recuerdos, también. Hemos decidido dedicar un espacio para contar una historia, mezcla de acontecimientos pasados y experiencias personales; los cuales conforman, a día de hoy, la semilla de la fundición. Pero eres tú, curioso lector, el que ha de dejarse llevar conmigo entre estas líneas…al fin y al cabo, el mero placer de contar historias existe porque hay otro tanto deseoso de escucharlas. Y aquí está la nuestra.

Todo surgió de la amistad de juventud entre dos hombres. Por un lado, un joyero llamado Federico Masriera, cuya familia se dedicó a la orfebrería desde 1839. Y Francesc Vidal, un arquitecto impulsor de las artes decorativas modernistas y nuevos conceptos de decoración de interiores. La sociedad no pudo ser más fructífera y la artesanía modernista catalana experimentó un fuerte crecimiento. Comenzaron también a fundir grupos escultóricos de gran tamaño, como la estatua de Colón en Barcelona; figura que corona el monumento inaugurado en junio de 1888 con motivo de la Exposición Universal de ese año.

Después, en 1891, la sociedad se disuelve. Federico Masriera decidió asociarse con su sobrino Antonio Campins y montar su propia fundición artística, “Masriera i Campins”. Una de sus aportaciones más determinantes, fue la recuperación de la técnica de la fundición a la cera perdida, que daba mayor calidad a las piezas. La fundición alcanzó tal desarrollo, que de ella salieron los más importantes monumentos, con las firmas de los escultores españoles más reconocidos, y alguno que otro extranjero. La casa obtuvo el Gran Premio de Honor en la Exposición Universal de París de 1900.

imagen antigua de la fundición.

A principios de dicho siglo, Masriera dejó la fundición; Campins se asoció con su cuñado, Benito de Codina, mi bisabuelo, trasladando “Campins y Codina” a Madrid. Fue ahí, cuando comenzó mi familia a formar parte de todo esto. Hasta ahora, son ya cinco las generaciones que nos hemos entregado totalmente a este apasionante argumento, la vida de fundidor.

Muchos han sido los artistas que han formado parte de esta historia, aportando algo muy especial a esta casa, que va más allá de una mera relación profesional. Es la complicidad compartida entre escultor y fundidor, la ilusión y la entrega, las entrañables amistades que surgen al trabajar junto a alguien que siente la misma pasión que tú por algo tan humano, como es el arte.

Hay muchas imágenes repartidas por esta página, y otras tantas en carpetas llenas de fotografías que tengo guardadas. Recuerdos repartidos por el mundo, tales como “La Rogativa” en San Juan de Puerto Rico, “The Journeyer” en Philadelphia ó “Cristóbal Colón” en Central Park. Otras como “Carlos III” en la Puerta del Sol, “Alfonso XII” en el Retiro ó “Washington Irving” en la Alhambra de Granada.

Podríamos seguir enumerando, pero no hay mayor álbum que la mente humana. No hay espacio suficiente para plasmar todos los recuerdos y anécdotas que este oficio nos regala día a día. Muchas han sido las obras que hemos despedido, con morriña, del taller. Obras viajeras, que por su envergadura o su ubicación, ya sólo podemos contemplar desde lejos.

Recuerdo cuando mi hijo visitó por primera vez la fundición.

Pensó que no se trataba de un trabajo, ¿cómo podía resultar enojoso para un mayor andar todo el día con las manos manchadas de barro, moldeando cera, metiendo y sacando piezas de los hornos y prendiéndoles fuego para oscurecerlas?

Desde los ojos de un niño, se apreciaba perfectamente lo que un adulto ve cuando verdaderamente le entusiasma su oficio. Es casi como un juego. Llegar a un lugar llamado taller. Abrir la puerta. El olor a metal. Una mirada que salta de un molde a otro, y a otro, y a otros muchos desperdigados por toda la estancia. Sin orden alguno, con su propio orden caótico. Piezas a medio limpiar, fragmentos de obras grandes, obras a punto de despedida. Son juegos químicos y artísticos, un lugar donde perder la noción del tiempo, donde el sudor y las manos manchadas no hacen más que impregnar en mi corazón esa magia inesperada y distinta cada vez. Es el sentimiento de alguien que entra en su propio espacio, único y a medida.

Apreciar la belleza del cuerpo, la armonía de sus movimientos, la emotiva descripción de su forma, de todo aquello que vive en la imaginación y la mente de un artista. Toda esa magia que sólo él ha sido capaz de crear. El aire tan característico del taller será el imperio donde la creación escultórica desarrollará su vuelo, donde el personaje de la historia encontrará su destino…y el pensamiento del artista habrá narrado todo aquello que deseaba contarnos.

Los talleres donde se vive y realiza este trabajo, son lugares que hoy en día están en una perturbadora situación de desaparecer. Resulta imposible seguir leyendo entre toda esa armonía de la que he hablado, si la gente ha dejado de encender la pequeña luz que anida en los ojos de un niño. El chisporroteo en las manos de alguien que se deja llevar por el arte y la pasión, el interés por los artistas y las historias que éstos desean compartir con el mundo.

placa de la fundición